Cerró los ojos para tratar de no escuchar los reclamos de su mujer pero era imposible. Las palabras eran como puñetazos que ella le sin piedad le daba en el pecho, en el lado izquierdo. Él no le devolvía ninguno porque esa era la mujer que amaba. Se levantó de la mesa y se bebió la tercera taza de café dulce que desayunaba y no comió más de una galleta de sal porque sólo quedaban dos y ella todavía no había comido nada. Tomó su radio grabadora y el cuaderno donde apuntaba las canciones de Los Iracundos y los acomodó en una sola mano. Se acercó a su mujer para despedirse pero ella rechazó la caricia de un manotazo. Salió de la casa sin escuchar ni una sola buena palabra.
Don Nacho se sentía menos apesadumbrado después de caminar tres calles abajo y girar a la derecha. Veía muy lejana su casita anaranjada y su mata de plátano y los gritos de su mujer ya no le alcanzaban el alma. En esa esquina el mundo le cambiaba. Las calles tenían nombres y las fachadas de las casas ya no eran de colores chillones si no que eran grises, amarillas y blancas. Parecían palacios de cuentos de hadas. A él le parecía que en ese barrio las mujeres también cambiaban porque estaban peinadas desde temprano en la mañana y porque gustosas despedían a sus maridos cuando se iban al trabajo, aunque ellas se quedaran solas. Caminó unas calles más hasta llegar a la casa número 311 de la Avenida de Los Robles. Tocó el timbre y una pequeña de cabello rubio y grandes ojos pardos le abrió la puerta que inmediatamente se le arrojó a los brazos.
- ¡Don Nacho! ¡Don Nacho!
- Buenos días, mi niña bonita ¿cómo ha pasado?
- Bien, con mi papi y mi mami.
- Eso está bueno, Luisita.
-¡Entre don Nacho, entre! mi mami ya viene.
Y aunque él ya había visto aquella casa cientos de veces. Todos los días cuando entraba se maravillaba. La casa olía a canela y la luz que entraba por las ventanas era clara y no quemaba. Las figuras de cerámica de la señora Susana eran hermosas y los rostros de los santos eran tersos y resplandecientes. Don Nacho creía que seguramente así eran los santos en el cielo y no como los que él tenía en su casa: tristes, desencajados y apolillados. Se acordó de su mujer en la casita anaranjada y pensó que ella sería feliz si él le hubiera dado una casa como esa y si se arreglara con vestidos bonitos y si fuera una artista como la señora Susana.
- Don Nacho, buenos días
- Buenos días señora Susana. ¿Cómo amaneció?
- Muy bien, gracias.
- Eso está bueno mi señora.
- Tómese este juguito, don Nacho.
- Gracias, no debió molestarse.
- No es nada, Don Nacho. Le cuento: mi esposo se fue de viaje temprano en la mañana. Regresa hasta dentro de dos días. Voy a dejar a Luisita en casa de mi hermana. Puede tomarse estos días libres, para que lo pase en su casa, con su familia.
- No, señora Susana mi trabajo es cuidar de la casa y por su puesto de usted y la niña.
-Pero todo va a estar bien Don Nacho. Descanse un par de días.
- Señora, la casa no puede quedarse sola nunca.
- Bueno, Don Nacho. Como usted lo prefiera. Yo había planeado reunirme aquí esta noche con una amiga del colegio. Usted sabe, para recordar viejos tiempos.
-Señora, eso está bueno. Si necesita algo usted no más me avisa. Discúlpeme ¿Está todo bien en el trabajo del patrón? El señor nunca viaja…
- Si, sí, no se preocupe es solo un viaje de negocios.
-Pero que bueno que usted lo entienda señora. Es difícil para un hombre dejar a su familia sola...
- Si yo entiendo, así como él me entiende a mí.
La señora Susana sonrió y a don Nacho se le iluminó la cara. Creyó que su mujer estaba equivocada. Aunque él no era un hombre de traje y corbata tenía un trabajo difícil y no podía dedicarles más tiempo y tampoco podía exigirles a sus patrones, con lo buenos que eran, un aumento de sueldo. Decidió que cuando volviera a su casa iba a dejarle las cosas claras a su quejumbrosa mujer. Después de todo ella no tenía derecho a humillarlo de la manera en que lo hacía. A penas si trabajaba tres o cuatro veces por semana lavando ropa de niños. Además a don Nacho de pronto le pareció que su mujer no era tan bella como para no querer golpearle el corazón.
Don Nacho despidió a la señora y a la niña y de inmediato subió a vigilar la casa de sus patrones desde la garita. Cómo le gustaba ese barrio de casas grises, amarillas y blancas; en el que nunca se escuchaba a ninguna mujer vociferando. Don Nacho encendió su radio grabadora y se puso a escuchar música. Al cabo de un rato escuchó una canción acerca de una mujer traicionera. Don nacho se quedó patidifuso; él nunca había conocido a ninguna.
Ya no pudo copiar la letra de ninguna canción. Se había puesto nervioso. Él casi nunca estaba en casa, su mujer siempre estaba de malas con él y no dejaba que la tocara. El ruido de la bocina del coche de doña Susana lo sacó de sus meditaciones. Bajó de prisa a abrirle la puerta. En lugar de la niña Luisita venía con la señora Susana un hombre de barba y de ojos azules que traía la camisa desabotonada. La señora miró coquetamente a don Nacho y el pobre se estremeció.
Los quejidos de la señora Susana se escuchaban en la garita. Todo el barrio los escuchaba. Don Nacho tomó las llaves de la casa y bajó las escaleras de prisa. Miró por la ventana y vio a Doña Susana desnuda tumbada en el piso de la sala. Se acordó de su mujer en la casita a naranjada, y salió despavorido de aquella casa. Le echó un vistazo al barrio y por un momento se descontroló En la mayoría de los hogares los maridos nunca estaban. Tal vez por eso las mujeres estaban siempre contentas y bien peinadas.
Corrió de prisa sin detenerse ni por un instante. Cuando vislumbró su casita y a su mujer en bata conversando con la vecina respiró tranquilo.
- ¡Hombre de Dios! ¿Pero qué haces aquí? ¿Por qué vienes corriendo? ¿Qué te pasó?
- Nada mi Susanita, nada. Sólo vine para amarla.
Y don Nacho tomó de la mano a su mujer de la cintura y la metió a fuerza de besos a la casa.
1 comentario:
Wow! q final más intenso! Me enrredo un pokito con lo acontesimientos y los personajes, creo q eso es cosa mia.
!La casa olía a olía a canela!
!los santos en el cielo en el cielo"
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