lunes, 22 de junio de 2009

Jorge Boccanera


Él los recitó y las palabras se grabaron en mi memoria, y yo no tengo buena memoria.



Autoplagio


Latigazos de sombra desordenan tu cuerpo,
en la fotografía donde te estoy pensando,
y soy el extranjero que descubrió tu rostro
y se animó a escribirlo, que era como besarlo.


El peluquero

Asentaba navajas en un listón de cuero,
porque era su trabajo arrancarle a los rostros sus
animales muertos.
Hacía barba y bigote para el espejo atestado de
gente.
Su navaja pulía aquélla superficie,
rasuraba los rostros del espejo y haciendo su
trabajo
afeitaba al espejo ?

Era más chico que un tarro de gomina Brancato
mi abuelo,
por una cabeza más alto que la muerte.
Invitaba al cliente sacudiendo una toalla
y el cliente ocupaba aquél sillón Dossetti de
madera
y entraba en el espejo.
El estilista hablaba solamente con su tijera
y cuando ella por fin tenía la lengua despegada hacia un lado
el decía: «servido».

Mi abuelo maquillaba al espejo con estrellas de
talco y usaba un pulcro saco blanco.
La muerte-que también es prolija- le envidiaba
su colección de peines.

Un día la muerte, que hojeaba una revista
deportiva, dijo: «me toca a mí».
Y ocupó aquél sillón, despatarrada y con un
remolino en la cabeza.
«Tiene un pelo difícil», dijo sin voz mi abuelo.
Después, la muerte asentó su navaja y haciendo
su trabajo, rasuraba al espejo ?
El peluquero se marchó bajo un cielo cualquiera
con estrellas de talco.
El espejo se pasó la mano por la cara afeitada,
suave, como un recién nacido.


La cuchara


Nace del verbo dar,
Como si el corazón tuviera mango.
Está hecha de lo que le falta, jamás
se guarda nada para sí.
Podría medir el mundo, acunarlo, transportar
su misterio, sus campanarios de agua de una orilla
a la otra.
Más humana que un perro.
Más a mano que Dios.



Ella

Viene despacio
entra
tropieza con mi tos
con mi costumbre de dejar la nuca
en cualquier parte
viene despacio
ordena mis silencios
desata las palabras necesarias
recibe la correspondencia de mis ojos
viene despacio
a tender sus manteles de ternura
viene despacio
apenas hecha humo para no despertarme
se abre paso entre vasos arrojados al día
retratos de mujeres
noches de bronca y noches de ginebra
viene despacio
con su enchape celeste subiéndose a mis mástiles
viene despacio
entra
se arrodilla al borde de mi alma
y junta los fragmentos de mi risa
después… se vuela azul como la tarde.

miércoles, 17 de junio de 2009

Para cuando él llegara


Malena era celosa, solo que ni siquiera ella lo había notado. Si alguna otra se atrevía a mirar a su esposo de cabello castaño, se retorcía. Pero lo dejaba solo para que sean otras las que lo elogiaran. Ella se iba a algún bar con sus amigos para hablar de sexo, mujeres y letras. Cuando llegaba a casa siempre encontraba a Luis y a una botella de vino que la esperaban. Hace dos meses que simplemente lo saludaba y pasaba de largo.

Esa noche cuando Malena llegó a casa Luis no estaba. Se separaron durante la reunión, pero él no le había avisado nada. Pensó en llamarlo al celular, pero eso sería demasiado. Ni ella entendía porque actuaba de esa manera. Podía, debía llamarlo. Era su marido. Pero no. Seguramente sus colegas lo habían convecido de seguir festejando la publicación de su libro Los Dragones y los niños. Las fábulas de Luis eran lo unico en el universo que la volvían delicada. Ella, en cambio, era incapaz de escribir algo que no quemara.

Odiaba esperar mientras salía la llamada. Marcó él numero de Luis una, tres, siete veces. No contestaba. Empezó a dar vueltas por toda la sala. Lo imaginó rodeado de mujeres. De esas que aprovechaban cualquier ocasión para halagarlo y besuquearlo ahora que él era célebre. Fue inevitable que se comparara con ellas. Todas eran divinas, de cabellos claros y piernas largas . Detrás de cada una había una decena de hombres guapísimos siempre dispuestos a rescatarlas. Ella, en cambio, tenía la cara muy ancha y una nariz que estorbaba. Despacio se acostó en su cama.

Cerró los ojos y Luis estaba a su lado. Los amigos, el alcohol, la música, las palabras eran lo único que Malena decía que necesitaba. Pero desde hace seis años no había nada mejor que volver a casa y ver a Luis, estrechar su mano, sacarle la ropa y despeinarlo. Sonrió, a lo mejor no tenía de qué preocuparse. Sabía que sus caderas prodigiosas y su cabello rojo lo volvían loco. Sabía que ella era la única mujer en el mundo que podía hacer que él perdiera la calma.

Era tarde y Luis no llegaba. Malena abrió una botella de vino, esa que desde hace años se reservaba para algún otro momento. La volvío a guardar. La abriría cuando él llegara. Puso la canción que solía bailarle a Luis cuando eran enamorados. Se le hizo agua la boca recordando la primera vez que las manos de Luis la tocaron desquiciadas. Pero hace dos meses que Malena no tenía tiempo ni ánimos para que la tocaran. Se sintió nostálgica. Recordó la primera vez que vio a su muchacho desgarbado de cabello castaño y se enloqueció. Volvió a cerrar los ojos y lo enredó entre las sábanas.

Amanecía cuando Luis volvió a casa. Escuchó la canción y también recordó. Malena estaba desnuda y dormida. Quiso despertarla pero hace tanto tiempo que no la veía tan tranquila.

lunes, 1 de junio de 2009

¿Adónde vas?



Sueña un sueño despacito entre mis manos
hasta que por la ventana suba el sol.
Muchacha piel de rayón,
no corras más. Tu tiempo es hoy.

Luis Alberto Spinetta


Ya no era la misma. Vívia corriendo de un lado para el otro, enredándose el pelo, haciendo sonar sobre la banca sus dedos, pulseras y lápices. Apenas se despedía de sus amigos haciéndoles de la mano, a veces con un beso volado. Trataba de encontrarme con sus ojos pardos, pero me los escondía. Quería ver que llevaba en esa mochila que parecía pesarle tanto. No podía acercarme porque todo el tiempo ella estaba hablando, explicando, discutiendo. Había empezado a vestirse como señorita. De nuestros tiempos sólo llevaba sus zapatos azules.

El viejo programador había vuelto al cine del puerto y fui a verlo. Ese día la hallé allí, acurrucada, esperando a que la función comenzara. Me senté en la misma fila a una silla de ella. Me miró y me regaló un ademán de sonrisa. Traté de pronunciar su nombre por más de diez minutos pero no podía interrumpirla. Cuando estuve a punto de hacerlo las luces de la sala se apagaron del todo y ella se iluminó. La vi como antes, fresca y desbaratada. Solo que entonces era más chica y no tan pálida. Ahora que él había regresado ella, la antigua, también podía volver.

Y era buena señal verla entregada de nuevo a la causa. Se reía con lo que la gente decía cada vez que la anciana alemana le mostraba los pechos al productor de cine. Se dio cuenta que yo la miraba así que cambiaba la cara. Al final se cubrió los ojos como si eso fuera a cambiar las cosas para la mujer. Se puso la mochila sumamente despacio, se paró frente a mí y me miró como si me esperara. Yo me quedé sentado, malhumorado, escuchando los absurdos reproches que algunas personas le hacían a la película.

La alcancé en el escalón noventa. Me senté a su lado. Ella veía a la gente que pasaeaba.

—Es la primera vez que no huyes.
—Es hasta ahora que vuelves a hablarme.

No pude responderle nada, ella miraba las luces de la ciudad. Saqué un tabaco de mi bolsillo. De pronto me dijo "chao" y bajó las escalinatas de prisa. Se me perdió en la mitad del Malecón.

Al día siguiente estaba de nuevo rígida y ordenada, con las ojeras más marcadas que de costumbre. Fue la única que entregó la tarea de Historia de la crítica. Antes de que terminaran las clases le pasé una nota con el nombre de la película que pasaban esa noche. Ella se volteó, me miró a los ojos y con la cabeza me dijo que sí.

Llegué tarde para la función, y ella no había entrado. Estaba sentada en una de esas bancas que están casi junto al río. Me acerqué y empezó a recriminarme por la película que nos estábamos perdiendo.

—Ya cállate. Le dije desesperado.

Y ella se rió de mí. Me senté a su lado, la invité a que pusiera su cabeza sobre mi hombro.


—No puedo dormir.

Y le canté Más guapa que cualquiera. Bien sabe que podría ser una de ellas. La tomé de la mano y la saqué a bailar, se escuchaba de lejos a Los Iracundos. Puerto Mont, Si te acuerdas de mí, De los dos fue el mundo. Se vio dócil y se apartó de mí. Ya iba a recoger la bendita mochila, pero le dije que se quedara, que aún era temprano, que yo la acompañaba hasta a su casa, que allá no iba a poder dormir.

Sus ojos estaban rojos. Nos sentamos otra vez y se apoyó en mi hombro. Quiso contarme la causa de su insomnio, las cosas que tenía que hacer, pero la volví a callar y ella se dejó. Acaricié su rostro y le di un par de besos en su cerebro cansado. Se durmió enseguida y le canté otras canciones que nos gustaban a los dos. Esa noche nadie nos interrumpió.

El amanecer la sorprendió entre mis brazos. Por un rato largo no dijo palabra, y tampoco me miraba. Se restregó los ojos, agarró su mochila y me agradeció. Me enloqueció que no entendiera nada hasta cuando la volví a ver... llevaba puestos sus zapatos azules y su camiseta vieja de Charly García y ya no cargaba ninguna mochila.