Ayer todos los niños vencimos: éramos trescientos contra doce profesores buenos , un cura y un señor de terno. Don Paquito hizo sonar muy fuerte tres veces la campana; y aunque ella y Don Paquito se merecen todo el respeto, cada uno de los niños de la escuela América se juntaron justo enfrente del escenario y alzaron sus frentes cómo los próceres de los libros de la historia del continente para gritar con todo el corazón ¡Queremos más recreo! Sólo la señorita Verónica se detuvo para vernos. Pero tenía la cara de buena, como la de las madres, y eso por un instante nos causó distracción. La Señorita Verónica fue prudente y puso cara de mujer de guerra como la Generala Manuela y nos dio valor. ¡Queremos más recreo! De repente los profesores que iban camino a las aulas aligeraron su paso. ¡Queremos más recreo! y algunos empezaron ajuntarse para vernos. Don Paquito tembloroso tocó la campana otra vez. Pero nosotros continuamos inmóviles al pie de la batalla. El padre Juan se acercó para llamarnos la atención, y aunque El padre Juan también merece respeto porque es un servidor entero de Dios ninguno de nosotros le hizo caso: ya habíamos quedado en que cuando él se nos acercara no íbamos a mirarlo a los ojos y que recordaríamos las veces en que nos haló de las orejas o nos echó agua. ¡Queremos más recreo! Y el señor director asomó como nunca sus narices en un día que no fuera lunes para decirnos que por favor mantuviéramos el orden pero no era momento para ponernos en fila por orden de tamaño. ¡Queremos más recreo! y el director nos pidió que entráramos a nuestras clases en silencio y con prontitud; pero otra vez nadie la escuchó. El director mandó a los profesores a que nos dirigieran, pero ni los niños de primero levantaron un piecito del suelo ¡Queremos más recreo! El director muy serio nos dijo: “Voy a contar hasta tres” y contó a del uno al tres y los maestros se le rieron. Así que el director agachó su cabeza y Gustavito agarró el balón y con una chilenita se lo lanzó a Miguel y todos empezamos a jugar de nuevo.
En el camino a casa a Julio se le ocurrió que asustáramos a Chelita la monja loca del femenino pero Riqui y yo le dijimos que no. Ella también es digna de nuestro respeto.
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