miércoles, 22 de julio de 2009

No matarás

No matarás
de Carlos Dousdebés (1902-1958)

No matarás a nadie
y no matarás nada...

... Ya que el átomo es algo
y sus dos componentes
penúltimos al menos
son dos, como los seres que se aman,
que deben ser sólo uno
y cuando se separan
pueden causar el fin de todo un mundo,
pues no mates al átomo
para matar a nadie
ni para matar a nada...

«No matarás» nos dice
aquel gran Mandamiento,
no matarás a hierro
ni matarás de hambre
nunca jamás a nadie
por guardar lo superfluo...


No matarás al padre
ni a la mujer, ni al ave
que navega en el cielo...

No matarás de pena
tras de tus propias puertas
(clavando tus crueldades
mentales, intangibles)
al temeroso, al tierno,
ni a la que te amó mucho
y ahora te tiene odio
porque le infundes miedo...

No matarás los pájaros
-trinos de oro del día-
pero si tu crueldad
dicta prisión perpetua
-peor mal que la muerte
que después siempre llega-
es preferible que
pienses en este cuento:

Había unos cipreses
siempre verdes y esbeltos,
llenos de sol en julio
y de nieve en enero,
hasta que llegó a verlos
un fratricida de esos
que se disfraza a veces
de humilde jardinero
y a los hermanos árboles
los escogió, sabiendo
que estaban indefensos,
clavados por raíces
en el fragante suelo...
(Habrían preferido
ser echados al fuego
en vez de que su forma
natural, que ascendía
ondulante en el viento,
fuera cambiada toda
por aquel jardinero...)


Sin embargo, sus manos
podadoras, cortaron
esas ramas en vuelo
y ahora son sus formas
simplemente geométricas:
cuadriláteros, triángulos,
esferas, poliedros...

Pero, a mayor crueldad
llegaste, jardinero,
y hoy cortas los cipreses
y les das formas de águilas
que flotan en el viento,
alas siempre extendidas
en actitud perpetua
de emprender un gran vuelo...

No sabes lo que haces
hermano jardinero...
Los tienes sometidos
a martirio perpetuo.
Tú vives cometiendo
un fratricidio horrendo
con los hermanos árboles
del santo Poverello...

Has planeado cuidarlos
para tu amo terreno,
complacer sus miradas
sin premeditar esto...
Y, sin embargo, ellos,
los cipreses eternos,
los de julio y enero,
te siguen perdonando
dentro de su prisión
de águilas en vuelo
y te perdonarán
hasta la última hora
en que te alejes tú
y tu amo del huerto,
en donde ellos nacieron,
y ascienda por sus ramas
intactas, hacia el cielo,
toda esa sangre verde
que fecundan los soles
en su fragante suelo.

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