Cuando tenía nueve años me enamoré de un grupo de muchachitos que jugaban pelota mejor que los demás. Tenía que ser, porque sus partidos los pasaban por televisión, y muchísima gente toda de azul iba a verlos. Les llamaban “los extraterrestres”. Mi papá fue el responsable de mi enamoramiento; porque a mí siempre ne ha gustado mirarlo cuando estaba pensativo, ocioso y contento. Y cuando él ve el fútbol está de todas esas formas.
Me sirvió mucho mirarlo y escucharlo: yo siempre alardeaba de que sabía más de fútbol que todos los niños del barrio juntos, más que mis dos hermanos mayores. Según yo, sabía tanto como mi padre que es Director Técnico.
Y como sus dos hijos varones mayores ya no estaban en casa, mi hermana estaba ocupada con el enamorado, y el otro hijo varón era un bebé; mi papá “me escogió” de entre todos sus hijos, para enseñarme el fútbol, en el adorado césped de mi patio. A Dios gracias a mi no me gustaban las muñecas, ni los vestidos, ni los moños, sino jugar a la pelota, acompañar a mi papá a sus entrenamientos, ver los partidos de Emelec, leer y leer.
Hubo un "extraterrestre" con el que me encariñé más. En esos tiempos era muy delgado, siempre que driblaba yo pensaba que se le iban a romper las piernas, como se rompen los palos de fósforos, justo por la mitad. Le decían el “Nine” porque así habían pronunciado sus compañeros de escuela el nueve de su camiseta. Todo el mundo llevaba la cuenta de sus goles. Yo quería llevar la cuenta de los abrazos que sus pases originaban. Recuerdo que me fijé en sus ojos verdes aceitunas y que mi papá me preguntó: ¿qué le verán las mujeres a este muchachito?
La verdad, yo no sé que le habrán visto. Lo que yo sí sé es que él y sus amigos hacían magia sobre el césped de la cancha. Ver a ese chico delgadito llevarse a toda la defensa del equipo contrario, cualquiera que haya sido éste, era un verdadero espectáculo. Yo soñaba jugar algún día así y ser la causante de tanta alegría; pero por más que intentaba no podía ni contra los tres conitos estáticos que mi papá me ponía a esquivar, ni hacer cascaritas, ni rematar de cabecita. Recuerdo un partido en el "Nine" logró otra maravilla: se había quedado solo frente a la portería y con un quiebre engañó al portero y el balón reposó en el lado contrario dentro del arco. Estaba fascinada pero también un poco desanimada porque pensé que el fútbol era solo para talentosos.
Después de celebrar aquel partido mi papá juntó a los vecinos para jugar; y ese fue otro espectáculo: Hombres con panzas prominentes y sin nada de de cordinación intentaban meter de cualquier manera el balón en el arco. Se reían, se empujaban, descansaban en medio de la cancha improvisada. El Emelec de mi papá también ganó ese partido. Me ilusioné de nuevo porque mirándolos comprendí que el fútbol acogía también a las personas que no eran dioses con él balón, a personas que no podían más que patearlo. Mi papá continuó celebrando y revoloteaba por toda la casa como un niño chiquito; mi mamá lo miraba enamorada y después de ese domingo ella intentaba mirar con gusto los partidos. Mi papá con paciencia le explicaba porqué los jugadores no se podían golpear.
Los extraterrestres quedaron vice campeones ese año, pero la celebración era grande por lo que esos muchachos habían logrado. Mi papá saltaba sobre la cama, de repente se bajó de ésta de un brinco me levantó en brazos y me subió al balde de la camioneta. No habíamos avanzado ni tres cuadras y el carro estaba lleno de personas que cantaban y brincaban. Caía del cielo papel picado azul y plateado. Justo cuando íbamos por el centro de la ciudad un muchacho me subióa sus hombros para que pudiera mirar lo demás. Fue cuando vi las calles todas azules llenas de gente que cantaba, abrazaba y bailaba con los hermanos que encontraban en el camino. Entonces supe de verdad que el fútbol era algo imposible de no amar y que, entre todos los demás, el azul era mi color favorito.