martes, 1 de septiembre de 2009

Con lluvia y tiempo


Ella iba por las calles paseando su desasosiego y un montón de sonrisas cándidas y temblorosas. Beberse los siguientes días era la mejor idea que se le pasaba por la cabeza; pero no quería causarles más pesares a su novio y a su madre. Tal vez podría fumárselos cuando nadie se diera cuenta. Se restregó los ojos y miró el reloj rosado que nunca se sacaba de su muñeca. Se estaba haciendo de noche, parecía que iba a empezar a llover y ella allí, estorbándole a la gente, pensando puras incoherencias. Agustina aceleró el paso y en la siguiente esquina en vez de doblar hacia la derecha lo hizo hacia la izquierda.

Y tomó el bus de la línea 12 que no iba al centro si no al norte y se sentó en él único asiento junto a la ventana que quedaba. Iba distraía, haciéndose creer que nada había pasado, mirando las luces a través del vidrio, hasta que un muchacho con un uniforme de colegio se subió y mientras avanzaba, en un acto de inocencia se fijó en su escaso escote. Ella se sonrojó y volvió a mirar por la ventana. Se maldijo un par de veces porque ya no tenía diecisiete y su timidez y sus zapatos de tacones no le permitían volarle un beso al niño guapo.

Se bajó en la parada del centro comercial en el que estaban las tiendas más caras de la ciudad. Aunque quería, nunca había entrado a ninguna de esas tiendas porque la plata siempre sera para las entradas a conciertos y desde que empezó a salir con Leonardo también era para el futuro. Pero ahora que la habían despedido no tenía ganas de acordarse de esas cosas que en ese momento le parecían estupideces. Así que vació la cuenta de ahorros desde el cajero automático y cerró los ojos cuando tuvo entre sus dedos los billetes. Entró a la tienda soñada y se perdió entre de las perchas.

Salió rápido de éstas. Las blusas, a primera vista, parecían divinas pero estaban todas repetidas y no había ninguna de colores estridentes, todas eran grises y de tonos pasteles. No valía la pena el gasto porque ni siquiera la emoción había durado mucho. Se fue de la tienda desanimada diciéndole gracias a la guapa joven que la había perseguido durante su recorrido. Miró las demás tiendas para encontrar algo en lo que pudiera gastar poco dinero pero con mucho gusto. Un olor a el panquecitos la llamó; ya luego perdió la razón en los colores: amarillo, azul, verde y rojo que pintaban la heladería. Corrió, y sin siquiera pensarlo pidió una copa doble: de chocolate toda.

Se había embarrado hasta la falda, pero a decir verdad poco le importaba. Después de recorrer los tres pisos del mall una y otra vez dejándose deslumbrar por carteras de diseñadores y medias de colores pasó por una tienda de antigüedades y se fijó en sus ojos saltones y en su cabello alborotado. Miro su reloj rosado y este se había parado a las seis y media. Agustina pensó en las horas que había andado buscando juguetes y dulces como una niña chiquita; pero se rió. Antes de irse, pasó por la relojería y le hizo poner pilas nuevas a su reloj; agradeció el trabajo, pero como de costumbre no lo comprobó.

Todavía llovía y las calles estaban casi vacías; se acordó de su enamorado y de su mamá. Revisó el celular y no tenía llamadas perdidas. Se preocupó pero no llamó a ninguno de los dos. Tomó el bus de la línea 78 que la llevaría a casa. Otra vez se sentó en el asiento de la ventana para mirar los cuadros que formaban en los vidrios las gotas y las luces de los carros. Lo disfrutaba: no tuvo que fingir que no pasaba nada.

Cuando llegó su madre estaba despierta viendo Rosalinda, en el canal de las telenovelas. Agustina se acercó a ella para abrazarla y quiso contarle donde se había metido y el lío que hubo en la oficina. Pero su madre le dijo bajito, mientas le acariciaba su despeinada cabeza “no importa” y a los pocos segundos Agustina se quedó dormida.

A la mañana siguiente, casi a las once, a Agustina la despertó el aroma de los patacones y el huevo frito. Mientras desayunaba y le conversaba a su mamá acerca del muchacho que la había mirado en el bus llegó Leonardo con un par de discos viejos: la miró a los ojos e intentando poner cara de serio, le dijo:

- Ahí para que los vuelvas a escuchar, ahora que tienes tiempo.

Agustina se le rió; en seguida miró su reloj y este no estaba corriendo.

8 comentarios:

Molo dijo...

Todo perfectísimo:la prisa, tantas cosas q ella quiere hacer, el rosado, los dulces, los colores. Es Elsa.

Psicolocopatico dijo...

Sin duda se trata de la chica del arete rosa. Muy divertido. Sólo una cosa: en uno de los últimos párrafos se te fue un aella. No olvides separarlo.

Christian Armijo dijo...

compart la opinion es elsa, se ve en los detalles y en el manejo del tiempo. puedo decir niña yuli que es prueba superada

david dijo...

Claro, los detalles sobre todo. Elsa es la Sra. Detalle.

Carol Arosemena dijo...

Elsa definitivamente, el recorrido citadino y el monólogo interior, hurga bastante en la psiquis femenina.
Excelente yuli

Escribidor dijo...

Me sorprende tu relato. Hasta ahora es la mejor parodia que he leído.
Tu acierto consiste en haber construido un personaje femenino tan parecido a los de Elsa, caracterizados por una profunda sensibilidad y críticos constantes de lo que los rodea; con la presencia ineludible de una pareja y sin llegar a los desbordamientos imaginativos propios de tus relatos, Yuliana.
Excelente. Te felicito.

La Chica del arete rosa dijo...

Je, en mi opinion nuestros estilos siempre se han parecido: no como si fueran gemelos, pero si hermanos jeje> asi que estuve muy feliz cuando vi que te habia tocado yo! Da miedo lo parecido-igual que es. Al mismo tiempo de ponerle mi tipo de imagenes, recogiste todos mis cuentos. Me encanta

solanda dijo...

Te felicito, es tu primer cuento realmente desde fuera de ti. Eso es la literatura, Yuliana, ponerse en el papel de los otros. Esa es la lección fina. Se va el Sensei.
Que el aliento sea largo.