miércoles, 1 de junio de 2016

Raquel Rodríguez: De cómo el amor está en la punta de la nariz




Todos los fines de semana, desde hace más de 9 años, los payasos humanitarios que conforman la Fundación Narices Rojas visitan dos hospitales de la ciudad  con el objetivo de acompañar a quienes se encuentran en estado de vulnerabilidad por razones médicas y/o capacidades especiales. Durante este tiempo, los voluntarios de esta organización han sido sostenidos y amados por Raquel Rodríguez, su mamá payasa.



Raquel Rodríguez. (Fotos: Cortesía de Narices Rojas) 




Por: Yuliana Castelo Rodríguez
Texto publicado en la revista En Hora Buena (Edición 28, julio de 2015) 

“El arte más poderoso de la vida es hacer del dolor un talismán que cura. ¡Una mariposa renace florecida en fiesta de colores!” 
Frida Carmen Kahlo

El doctor Torugo y el doctor Blandengue, dos voluntarios de la Fundación Narices Rojas, me cuentan que ya no se acuerdan de cómo eran antes de ser payasos; que solo recuerdan que alguna vez llegaron a pensar que habían perdido la capacidad de darle amor a los otros. Ellos también me dicen que Raquel Rodríguez, fundadora de la organización y su mamá payasa, derrumbó el muro de piedra que los cubría con sus abrazos y sus palabras de aliento.
Los doctores acarician mi cabeza y se despiden de mí porque tienen que prepararse para su intervención lúdica en el Hospital de niños León Becerra. En una sala vacía del hospital, Torugo, Blandengue y otros seis payasos humanitarios de Narices Rojas limpian sus estetoscopios, guardan sus juguetes en los bolsillos de sus mandiles y preparan su corazón – respirando, abrazándose, cantando- para poder dárselo a través del juego a los niños, jóvenes, adultos y adultos mayores que se encuentran en el lugar.


Cindyrección (Cindy Baldeón) y Torugo (Víctor Figueroa), voluntarios de Narices Rojas. 

Ahí también está Raquel, como todos los sábados y domingos desde hace nueve años, con el anhelo de llenar de color aquel hospital y para decirles a sus hijos payasos que los ama, para que no tengan miedo de ser ni de entregarse. “Lo que hace el payaso es estar presente, con todo su corazón, para cambiar el entorno de dolor y sostener al otro; eso es lo que hace Raquel por nosotros”, me explicaban Blandengue y Torugo.
La Fundación Narices Rojas es una organización ecuatoriana sin fines de lucro que nació en 2006 a propósito del sueño de Raquel Rodríguez Rivera (Guayaquil, 1968) de llenar esta ciudad con narices rojas. Pero esta historia empezó muchísimo antes.
En 2003, Raquel realizó un viaje a través de Sudamérica con su amiga Ángela Arboleda con el propósito de tomar talleres de danza, teatro y narración en oral en distintos países. Durante ese viaje, mientras estaba en Lima, Raquel tuvo la oportunidad de ver a los payasos humanitarios de la organización peruana Bolaroja creada por Wendy Ramos (también fundadora del grupo Pataclaun) y ahí su corazón dio un vuelco. “En ese momento yo pensé ‘¡Wow! A mí me hubiera encantado que un payaso me visitara para alegrarme cuando estuve en el hospital’ porque cuando uno está ahí se siente tan angustiado, tan solo… Yo entonces no sabía nada sobre los payasos de hospital, pero algo como que hizo clic dentro de mí y me dije ‘esto es maravilloso, hay que llevarlo a Ecuador’”.

Los payasos humanitarios tienen la misión de acompañar y sostener a quienes se encuentren en estado de vulnerabilidad. 


En 1989, cuando Raquel estudiaba en la escuela para actores del Banco Central, estuvo en un hospital cerca de tres meses a causa de una intervención quirúrgica que debió realizarse para contrarrestar los efectos de la miastenia gravis, una enfermedad neuromuscular crónica que padece desde los 19 años.
Como los payasos de Bolaroja se quedaron dando vueltas en la cabeza de Raquel, durante el 2003 y 2004 ella tomó algunos talleres de clown (payaso) escénico y empezó a planear un evento en Guayaquil con Wendy Ramos sin saber a ciencia cierta bajo que marco lo realizaría. Al año siguiente, tomó un segundo taller con el maestro argentino Víctor Stívelman y entonces pudo ver y sentir todo con claridad. “En esos talleres con él fue que me enamoré de la nariz roja porque me di cuenta de que el payaso tenía la oportunidad de vivir intensamente y yo quería vivir así porque no sabía si iba a estar mañana… en el segundo módulo fue cuando supe que quería ser payasa. Recuerdo que lo llamé a Víctor y le dije ‘esto es lo que quiero hacer por el resto de mi vida, quiero llenar de narices rojas Guayaquil’ porque el payaso es algo fabuloso que lo invita a uno a conectarse con su corazón, a ser quien realmente es y a brillar con su esencia… y entonces yo pensaba ‘¡Wow, esto lo tiene que saber todo el mundo!’”.
Después de decir esto Raquel se queda quieta, está llena de asombro. Y su voz y sus ojos son como los de una niña pequeña que acaba de descubrir que cuando se sueña se puede volar.
En 2006, Raquel organizó el primer encuentro de Narices Rojas en Guayaquil e invitó a maestros clowns de diversos países para capacitar a quienes quisieran ser payasos de hospital. “Al principio todo el mundo me decía que no iba a funcionar, incluso mis amigos no entendían por qué hacía esto, pero como me amaban me acolitaron, tomaron los talleres y me ayudaron a organizar el encuentro… Después de eso yo seguí gestionando para traer más talleristas, aunque yo nunca visualicé la dimensión que Narices Rojas iba a tomar; solo lo hacía porque algo en mi corazón me decía que tenía que hacerlo”. Ese mismo año, Raquel estableció legalmente la organización y fijó su aniversario el 1 de junio, el Día Universal del Niño. Desde entonces no ha dejado de hacer malabares para que nazcan payasos por toda la ciudad.
En 2009, Raquel consolidó uno de sus más grandes inventos: la Universidad del Humor y el Amor que, a través de la Facultad de Ciencias Risológicas, otorgaba en un principio el título de Payaso de Hospital a quienes completaran la formación que ofrece Narices Rojas. En este proceso los estudiantes reciben módulos de clown, improvisación, arte circense, instrumento musical y abrazoterapia. También aprenden técnicas de bioseguridad y el Método de Bienestar y Alegría.
En 2012, la Fundación emprendió una capacitación con la organización estadounidenseClown without borders (Payasos sin fronteras) para que los voluntarios también estén preparados para asistir emocionalmente a los habitantes de zonas altamente vulnerables, y desde entonces se incorporan como Payasos Humanitarios.

La doctora Risistas B1 durante una jornada de Abrázame, una campaña de Narices Rojas

En una de las salas de reuniones del Hospital de niños Francisco de Ycaza Bustamante está el doctor Chichi, profesor de la Universidad del Humor y el Amor, preparándose también junto a otros siete payasos para la intervención que realizarán. Chichi guarda en sus bolsillos sus lápices y papeles de colores, me mira a los ojos y entonces se dispone a responder mis preguntas.
“Los doctores curan el cuerpo y los payasos atienden el corazón… Un payaso solo puede salir de una sala cuando ha logrado cumplir con su misión y por eso tiene que desarrollar la escucha y estar muy sensible para poder entender qué necesita cada niño o cada familia: si podemos jugar, si solo es necesario que los acompañemos o si no es pertinente que estemos allí… Viéndolo desde fuera es un trabajo que complementa a la medicina, que la hace integral. Yo he visto a niños levantarse del coma con solo tocarlos o abrazarlos y también he visto a familias enteras reconciliarse… con las intervenciones lúdicas de alguna manera se van sanando esas heridas que se forman cuando alguien está hospitalizado o atravesando por un momento duro”, explica Chichi.

Chichi (Christian Gaibor) y Blandengue (Juan Carlos Gonzáles en la obra AmorES payasos

La doctora Risitas B1 también explica que el amor y la risa pueden curarnos porque un abrazo nos sostiene y además reafirma nuestra personalidad. “Uno se siente amado y entonces confía en que todo va a estar bien… y cuando una persona juega o está alegre segrega endorfinas que lo hacen sentir bienestar y entonces asimila mejor los medicamentos y se recupera más rápido; esto está científicamente comprobado.”
“Yo he logrado pensar que esta enfermedad que padezco tenía una misión en mi cuerpo y en mi alma porque gracias a ella me sensibilicé y ahora puedo decirle al mundo que con una sonrisa el dolor se hace liviano y que el payaso es esa posibilidad que te toma de la mano y te ayuda a encontrar el color en este mundo en blanco y negro”, me dice Risitas B1 mientras me acomoda el corazón con la caricia que es su mirada.
La intervención de los payasos está por empezar. Las enfermeras caminan despacito o se detienen por los pasillos del hospital para poder ver y escuchar a sus colegas. Erna Aguirre, supervisora del Hospital León Becerra, dice cubierta de alegría y de burbujas que el trabajo de los voluntarios de Narices Rojas ayuda al personal médico a crear y fortalecer vínculos con los pacientes y sus familias. “Todos los domingos yo retrocedo en el tiempo y vuelvo a ser una niña y a llenarme de energía para trabajar. Ellos vienen para darnos la mano a nosotros también, nos hacen partícipe de sus juegos y en ese momento trabajamos todos en equipo por el bienestar de los niños… Es un granito de arena muy noble e inmenso ese tiempo que nos dan”.

Fotos: Cortesía de Narices Rojas 

El doctor Chichi empaña con su aliento el vidrio que lo separa de una paciente de sala de infectología. Ahí, en aquella ventana, él le dibuja flores y palabras mágicas. La niña lo mira encantada y le envía todos sus besos. Las doctoras Glucosa y Confucia y el doctor Globulito cantan y bailan en una sala que alberga a más de 25 niños y niñas y, al menos, a quince adultos que los acompañan. Una parte del público tarda en aparecer, pero los payasos no se rinden: confían el uno en el otro y también en sus voces de tarro y en sus poemas disparatados. El doctor Chichito y la doctora Coliflor le recetan a una señora dos medicinas que, según dicen, son la cura para todo mal: el abrazo de corazón a corazón y el  ‘acuchí’ (una caricia – pellizco en las mejillas). En el instante en el que señora aplica la primera dosis del acuchí a su esposo ella se reconforta. Podría jurarlo, vi cómo se iluminaron sus ojos.
Raquel mira a los payasos y sus ojos se convierten en un manantial. Ella se queda quieta otra vez y me dice: “Sin los voluntarios no hubiera pasado mucho… todo esto ha sido como muy bello y exitoso porque ellos le han puesto mucho amor a esta misión que es tan grande que sobrepasa mi cuerpo… Les estoy inmensamente agradecida por hacer esto que es la razón de mi vida. Ellos están en mi corazón, por eso digo que todos somos una sola nariz”.

Los payasos de Narices Rojas realizan intervenciones en los hospitales infantiles Francisco de Ycaza Bustamante y León Becerra. 

Hace unos días, Raquel se mudó a Estados Unidos por un tiempo para implementar el programa de formación de payasos humanitarios en Los Ángeles en convenio con la organización The Laughter Consultants (dirigida por creador Sebastien Gendry, creador del Método de Bienestar y Alegría) con el objetivo de llevar risa y bienestar a zonas vulnerables de ese y otros países.
El próximo 29 de julio, el premio Altas Conciencias creado por la Editorial Espacio Cósmico y Disturvia Agencia BTL otorgará el reconocimiento a la trayectoria a Raquel por su labor holística. Este premio será recibido por Cecilia Salazar y Alexandra Gonzaga, quienes desde el inicio de Narices Rojas han trabajado junto a ella “al pie del cañón y contra viento y marea; lo que significa a pesar de no contar con financiamiento para poder llevar a cabo los proyectos de la Fundación”, cuenta Raquel.
Las doctoras Chechi Locura y Risitas B1. 

Según las estadísticas de la Fundación en estos 9 años de trabajo han logrado llegar a los corazones de 185.000 personas. Y aunque se trata de una cifra bastante alta, quienes han sido partícipes de su labor señalan que esta no llega a dar cuenta de todos los milagros que ocurren gracias a una nariz roja.
Un payaso no es un personaje, es uno mismo con toda su ingenuidad, humanidad e inocencia como la de un niño, sensible, transparente, capaz de regalar lo mejor de sí mismo para que haya luz”. 
Raquel Rodríguez Rivera